Feministas Hartas

Feministas Hartas
“Eso es feminismo radical”, dicen.
Me encanta escucharlo cuando se lo dicen a alguien o cuando, directamente, me lo llaman a mí. Y eso en su versión más dulce… Luego, tenemos el socorrido “feminazi”.
Pero, ¿qué significará eso de “feminismo radical”?
Estos términos suelen utilizarlos los neomachistas: machistas renovados que ya no te mandan a la cocina, pero que siguen teniendo muy claro dónde nos quieren tener.
No nos quieren en pie.
No nos quieren con voz.
Pero sobre todo no quieren, ni querrán jamás, una igualdad real, justa y necesaria.
Pero el uso de este término, “feminismo radical”, sé que a muchos les chirría, aunque a mí me provoque una mezcla entre asco, risa y placer.
Y me duele. Me duele que estos canallas se salgan con la suya.
Saben muy bien que utilizando esa terminología, por un lado, desacreditaran el movimiento y, por otro, alejarán a esas personas que creen en la igualdad pero que aún no tienen muy claro lo que es el feminismo.
Saben que el movimiento ha hecho cosas grandes.
Saben que hoy nosotras podemos votar gracias a aquellas mujeres que se dejaron la piel y la vida por esta causa, que hoy podemos estudiar una carrera… ¡Cuántas cosas le debemos al feminismo!
Pero sé que incluso conociendo lo positivo, también pensarán… “Y es de agradecer… Pero… El feminismo de ahora se ha vuelto… ¿Cómo decirlo? Demasiado radical… Así que…”
Siento agobio.
Me alejo.
Lo rechazo.
Hoy os escribo a vosotrxs. Para que no os agobiéis. Para que no os alejéis.
Para que nos acompañéis.
El feminismo es la lucha por la igualdad, digan lo que digan, y si nos llaman radicales no hay ningún problema.
Porque, en realidad, radicalmente quiero sentirme segura al caminar por la calle. Sin importar, y despreocupándome, de la hora que sea y de la calle que sea.
Radicalmente quiero que mujeres y hombres cobren lo mismo por hacer el mismo trabajo.
Radicalmente quiero que las mujeres empecemos a ocupar los espacios de poder que también merecemos y nos pertenecen: los hombres siguen representándonos, de manera desproporcionada, en los gobiernos y en las cúpulas directivas de las empresas.
Radicalmente quiero que los niños y niñas nazcan y empiecen a crecer sin mensajes estereotipados y limitadores, que dejen de encasillarlos, allí donde se genera el primer nivel de violencia de género.
Radicalmente quiero que se reconozca y se le dé valor al mundo tradicionalmente considerado como femenino: las mujeres hemos salido al mundo laboral masivamente pero los hombres no han entrado de la misma manera a “nuestro mundo”.
Seguimos trabajando fuera y dentro, y sosteniendo así, toda la economía de los cuidados que tan bien le viene a este falso sistema de bienestar nuestro.
Radicalmente quiero que los hombres empiecen a poder disfrutar de la crianza como se merecen. Además de una obligación, es un derecho de todos ellos.
Radicalmente quiero que se deje de culpabilizar a la víctima de una violación en un país donde cada ocho horas hay una denuncia. Que acabe la violencia y la explotación sexual.
Radicalmente quiero que los gobiernos se tomen esto en serio.
Que la sociedad también lo haga.
Son miles de mujeres maltratadas, violadas y cientos de asesinadas.
Radicalmente quiero que empiecen a llamarlo por su nombre: terrorismo machista.
Radicalmente quiero que me llamen como quieran, pero que esto pare ya.


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